martes, 26 de octubre de 2010

Dentro del Vergel, por Juan Castro Jiménez.

Ya en la puerta, el hombre azul que lo guarda con su caña amarilla y su gran reloj de plata miró extrañado a Platero, así que me preguntó:
-¿Ez conziente de que tiene un burro que  le zigue?
-¿Que burro?-le dije, mirando más allá de Platero, olvidado, naturalmente, de su forma animal.
-¡Que burro ha de zé, zeñó, qué burro ha de zé...!
Entonces me dí cuenta, no sin pensarlo antes, naturalmente, de que me hablaba de mi querido Platero, así que le respondí:
-Por supuesto, va conmigo-dije a la defensiva
- Entonces oz dejaré pasar, ya que no han puezto una nueva norma de dejá a lo burros entrá en lo jardines privadoz.
-Es usted muy amable -y pasé con Platero, muy contento, y agradecido al guardia.
 Dentro, pudimos apreciar las espléndidas acacias y pinos que había en El Vergel, mientras los niños se acercaban a tocar a Platero, y Platero, contento, se dejaba tocar.Además, me hacían preguntas:
-¿Cómo se llama?¿es chico o chica?¿no es peligroso, verdad?
A las que yo contestaba amablemente con una sonrisa.
  Tras unos bonitos minutos, nos fuimos muy al pesar de Platero, que se lo había pasado muy bien con ellos. Después disfrutamos de la frescura de El Vergel al pasear tranquilamente por El Vergel y después me senté con Platero en un banco, aunque por alguna extraña razón, Platero se quiso quedar de pie. Después, atisbé que Platero tenía   hambre y fuimos al barco del avellanero, el que vimos desde fuera, y nos compramos unos cacahuetes. Después nos tumbamos a la sombra de un castaño a vislumbrar el comienzo de la noche, mientras acariciaba a Platero y hablábamos de lo que nos esperaba en el futuro. Una hora más tarde, nos levantamos a nuestro pesar, ya que cerraban el parque, así que nos fuimos, no sin antes saludar al amable guardia y respirar el frescor que daba la variedad de árboles del parque.

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