jueves, 24 de marzo de 2011

Relato kafkiano, realizado por Antonio Castrum

Me desperté algo incómodo, aunque descansado. Me levanté a coger mis zapatillas pero el suelo estaba extrañamente caliente. Miré alrededor y me dí cuenta que estaba en una especie de duna de desierto. Inmediatamente me preocupé, ya que en mi situación no podría llegar con comodidad a mi trabajo. Es más, no creía que fuese a poder llegar a mi trabajo ya que no había carreteras. Me vestí y anduve por el desierto, sin rumbo fijo. De repente vi al panadero de mi barrio detrás de un cactus, y le pedí una barra de pan, pero me dijo que justo en ese momento no le quedaban. Me extrañé porque normalmente no suele tener mucha clientela, pero no pregunté y me fui. Anduve media hora sin rumbo fijo y me encontré en el mismo sitio donde me desperté, así que aproveché y me lavé los dientes antes de irme otra vez a andar. En el camino me encontré a un camello perdido y le pregunté que por dónde quedaba el centro, ya que sus pintas me indicaban que estaba acostumbrado a estar en el desierto. El camello me ignoró, como si no me entendiese y me fui indignadísimo. Tanto, que le denuncié en una comisaría cercana. Tras andar un rato más, me dí cuenta que el sueño duraba mucho, y que en el desierto hace mucho más calor que lo que imaginaba. No hubo problema con lo segundo, ya que me despeloté y se me fue el calor. Tras seguir andando durante unos diez minutos, me di cuenta que estaba en el centro de una ciudad. La gente me miraba mal, y se apartaba de mí, mirando mi cuerpo desnudo. Yo les gritaba que se quedasen, que no les iba a hacer nada, que yo era un hombre de bien, guapo y sexy, pero aun así, solo se me acercaban para darme dinero y decirme que si no me daba vergüenza ir desnudo, pero yo les contestaba que si no les daba vergüenza a ellos de hablar a un desconocido desnudo. Cansado de la situación, me fui al Corte Francés, a por ropa, pero no aguanté mucho dentro por el intenso aire acondicionado que existía dentro. Además existía el ínfimo hecho de que no tenía dinero. Para paliar ésto último, me senté en la plaza principal a tocar música. No mencionaré con qué tocaba, pero si diré que tocaba la novena sinfonía de Bethoveen. Tras conseguir algo de dinero, unos 20.000 €, me lo gasté todo en un conjunto moderno, clásico y brillante: Un disfraz de burbujita de Freixenet. Salí fulgurante, deslumbrando a los demás con mi inconmensurable traje, pero no se porqué seguían apartándose de mí. Me picaba un poco la parte del tanga del culo, pero por lo demás era el traje más formal que he visto. Vi que se hacía tarde y anduve por el desierto en círculos hasta que me di cuenta, entonces, no anduve y se solucionó el problema. Me acosté pensando que mi jefe me iba a despedir ya que no había podido ir a trabajar, aunque lo había intentado. Por cierto, es muy difícil dormir en la arena.

2 comentarios: